Ayer, tarde en la noche, sonó el teléfono de mi casa, y resultó ser un viejo amigo que, con voz emocionada, me dijo: "Disculpa la hora, pero tenía que llamarte". "¿Qué pasó?", le dije, sorprendida, ante su voz de entusiasmo y alegría.
"Maytte, pensarás que estoy loco, pero te estoy llamando de mi teléfono a esta hora, mientras manejo un carro rentado por una carretera de montaña en Suiza, son las cuatro y media de la mañana, estoy solo y guiándome con un mapa para llegar a la próxima ciudad donde voy a dormir, pues mañana tengo una reunión muy importante de negocios. No te imaginas lo fantástico que es este lugar. Es como una postal, hay un silencio absoluto, la luna está llena y enorme en un cielo azul lleno de estrellas, impresionante. Todo está nevado a mí alrededor, parece como si una sábana blanca y brillante lo hubiese cubierto todo. A lo lejos hay una casita con una luz encendida adentro, todo es verdaderamente impresionante… Nunca había estado en un lugar como éste en mi vida, me siento tan mocionado que necesitaba compartirlo con alguien que comprendiera lo que siento. Tomé el teléfono y decidí llamarte, porque sé que me entenderías, esto no podía ser para mí solo".
Cuando se despidió, le conté a mi esposo y a mis hijas, que estaban a la expectativa de saber quién había llamado a esa hora, y, juntos, compartimos un buen rato sobre el significado de su llamada, de lo especial que nos pareció y de lo importante que es tener a alguien con quien compartir lo que sentimos y vivimos en ciertos momentos de nuestra vida.
¿Alguna vez has sentido la necesidad de compartir con otra persona lo que sientes? Pareciera que al hacerlo nos sentimos de repente aliviados, emocionados, comprendidos y, por lo tanto, acompañados, pudiendo así aligerar la carga emocional, si ha sido una experiencia difícil, o enriquecernos, si por el contrario ha sido positiva.
Compartir es una herramienta que nos acerca, que nos permite intercambiar nuestras experiencias, conocimientos, sentimientos y pensamientos, para aportar y apoyar a otras personas, pero también para aprender y crecer como seres humanos.
Cuando nos entregamos a compartir, bajamos las defensas que nos separan y que nos protegen de los demás por un momento, para abrir nuestro espacio interior y dejar que los mejores sentimientos nos impulsen a dar o a recibir, sin caretas, sin prejuicios, sin interés y sin miedo. Desde pequeños, en algunas familias, nos enseñan a compartir con nuestros hermanos y con los amigos, pero pocas veces nos dicen que compartir implica dar y también saber recibir; que la reciprocidad es importante para que pueda abrirse y cerrarse el círculo del intercambio con los demás.
Muchas veces el egoísmo y la ambición hacen que seamos víctimas de la manipulación de otros que se sienten superiores a nosotros por el hecho de aprovecharse de nuestra nobleza al compartir. Esto hace que algunas personas decidan dejar de hacerlo, para protegerse de la manipulación o de la traición de la que fueron víctimas en algún momento de sus vidas.
Claves para Compartir
Entregar lo que tenemos. El principio de la abundancia radica en desarrollar
la capacidad de compartir con los demás. Cuando lo hacemos desinteresadamente;
es decir, sin esperar recibir nada a cambio, sólo por el placer genuino de dar
y de acercarnos a los demás para suavizar o alegrar sus vidas, el universo
conspira siempre para devolvérnoslo.
Expresar nuestras vivencias. Vencer la resistencia a compartir con otra persona
lo que sentimos o lo que vivimos nos acerca y fortalece el vínculo de cariño y de amistad. Además, cuando también compartimos nuestras inquietudes o dudas acerca de algo, podemos recibir la información o la ayuda que estábamos necesitando.
Confiar. Déjate llevar por el impulso que experimentes en un momento, frente a un evento especial, mágico o conmovedor, de compartir con alguien lo que sientas en ese instante… Hacerlo abre las puertas para la comunicación del corazón, fortalece la relación, aleja la soledad y te enriquece espiritualmente.
Ejercicio de visualización
Escoge un lugar agradable, tal vez
un área de la casa donde te sientas
a gusto y en paz. Enciende una velita, prende un incienso o coloca una música suave para ayudarte en la relajación. Escoge el lugar donde te vas a sentar. Puedes hacerlo acostado, pero es preferible que lo hagas sentado, pues es muy fácil quedarte dormido si te acuestas. Si esto
te sucede, no te preocupes, pues, seguramente, estás cansado y la relajación hace que tu cuerpo, naturalmente, busque el descanso. Sigue practicando.
Tómate unos minutos, antes de comenzar el ejercicio, para pensar en aquello que quieres atraer hacia tu vida, ojalá que con lujo de detalles. Puedes visualizarte a ti mismo logrando algo que te has propuesto, pero también puedes visualizar una situación o un momento que deseas experimentar...
Luego de que tengas bien definida tu meta -lo más conveniente es que sea una a la vez-, estarás listo para comenzar a practicar la visualización. Recuerda que podemos enviar a otros nuestros mejores deseos y pensamientos, pero no nos está permitido influenciarlos directamente o cambiar sus circunstancias de vida desde afuera. Prepárate, pues, para poner en práctica una técnica muy sencilla de visualización:
El ejercicio
Comienza por cerrar los ojos y concentrar la atención en tu respiración. Realiza varias respiraciones suaves y profundas. Hazlo tomando el aire por la nariz y botándolo por la boca. Mientras lo haces, procura soltar la tensión acumulada en tu cuerpo, afloja cada parte de él y descansa... al término de la séptima respiración trae mentalmente el recuerdo de ese lugar donde, alguna vez, te sentiste bien, a gusto y en paz. Recuérdalo y recórrelo en tu imaginación. Luego saca ese recuerdo, conserva tus sentimientos positivos y comienza a construir la imagen mental de tu situación ideal.
Imagínala como si ya estuviese sucediendo. Si te es posible, recréala con todos los detalles, respira profundo y, al botar el aire, piensa que ya la conseguiste. Quédate ahí, disfrutando de tu logro y del estado de relajación por unos minutos...
Coloca la imagen en acción. Visualízala como si la vieras en un escenario. Por ejemplo, si deseas imaginar que te dan un aumento de sueldo, imagina la escena en la oficina de tu jefe.
Pon todos tus sentidos en acción. Cuanto más real sea la visualización, mejores serán los beneficios. Ve el lugar con todos los detalles, incluidos el color, los muebles, la pintura de las paredes. Pregúntate: ¿A qué olería? ¿Cuál sería la temperatura?
La duración de la visualización no es tan importante como la calidad de la concentración, si estás realmente "dentro" de ella, unos pocos minutos serán suficientes.
Para finalizar, suavemente, realiza un par de respiraciones y da las gracias a la Divinidad como si ya hubieses alcanzado tu meta. Luego, recuerda mentalmente dónde te encuentras, siente tu cuerpo y, en el momento en que lo desees, abre los ojos suavemente.
Te sugiero que practiques este ejercicio en la noche antes de acostarte o en la mañana antes de comenzar con tu actividad diaria. Hazlo con disciplina. Aun cuando no pudieras mantener la imagen mental -a algunas personas no les resulta fácil el acto de imaginar-, es suficiente con que logres sentir y ver por un segundo lo que quieres. Evita pensar en cómo lo lograrás. Siéntete dispuesto a hacer cuanto sea necesario para conseguirlo y será la Divinidad quien te presente el camino y las herramientas que usarás.