domingo, 14 de mayo de 2006

No seas tan duro contigo mismo

“De camino hacia su monasterio, dos monjes se encontraron una bellísima mujer a la orilla de un río. Al igual que ellos tenía que cruzar el río, pero este bajaba demasiado crecido. De modo que uno de los monjes la cargó y la pasó a la otra orilla.

El otro monje estaba escandalizado y por espacio de dos horas estuvo censurando a su amigo: ¿Has olvidado que eres un monje? ¿Cómo te has atrevido a tocar una mujer para transportarla al otro lado del río? ¿Qué pensará la gente? ¿Has desacreditado la religión?... El monje escuchó pacientemente el interminable sermón. Al final le dijo: Hermano, no sé si hice bien o hice mal, pero yo he dejado a aquella mujer en la orilla del río… ¿Eres tú quien la lleva ahora?”.

Muchos de nosotros vivimos acompañados por una especie de voz interior que nos manipula y amarga, y si se lo permitimos, puede hacernos mucho daño: la culpa. Este es un sentimiento muy humano que a veces nos impide lastimar, afligir o decepcionar a los demás, pero que si lo llevamos al extremo puede ser muy destructivo, porque en muchos casos puede llevarnos al estancamiento o la depresión, sin necesidad. La culpa, generalmente, se convierte en una compañera negativa cuando se instala en nosotros, porque nos hace sentir disminuidos, en deuda, avergonzados y, a veces, hasta rabiosos y defensivos frente a las personas o a las situaciones que nos recuerdan el error o la falta que cometimos. La culpa es una especie de nube gris que se posa encima de nosotros, cortándonos toda posibilidad de recuperar la felicidad y mantener el bienestar personal. Si tu conciencia no te deja en paz después de haber intentado corregir o reparar el daño que has causado, o si te culpas a ti mismo por algo del pasado, vale la pena que hagas el esfuerzo de perdonarte y darte otra oportunidad para resolverlo. La culpa es como un dolor, que a veces nos muestra que algo no anda bien en nuestra vida y nos recuerda que debemos hacer cuanto sea necesario para calmar el dolor y sanar la causa que la produce.

Si en tu vida hay culpa
Haz lo posible para reparar el daño. Si has cometido un error o le has causado un daño a alguien con intención o sin ella, siéntete dispuesto a pedir disculpas y a hacer cuanto sea necesario para corregirlo o sanarlo. Ponte en acción y deja de castigarte recordando lo que pasó una y otra vez. Piensa en cómo podrás resolver la situación y enfrenta a las personas involucradas, muestra tu arrepentimiento y la disposición de reparar la ofensa o la situación.

Perdónate. Usualmente somos muy severos con nosotros mismos, debemos aprender a perdonarnos y ser más flexibles con nuestros errores y debilidades, sin juzgarnos tan duramente. Ya no podemos cambiar el pasado ni borrar lo sucedido, pero lo que sí podemos es estar atentos y concentrarnos en el presente, para no volver a repetir el error. Acepta las cosas como son y haz lo que puedas para reparar tu equivocación hasta donde sea posible. Entrega a partir de ahora lo mejor de ti, para sentirte orgulloso, tranquilo y sin culpa.

No dejes que te manipulen. No permitas que nadie te haga sentir culpable, una frase, un gesto, un silencio prolongado pueden hacer que nuestra conducta cambie y terminemos haciendo algo que no queremos hacer. Para evitar la manipulación, busca qué es lo que puede hacerte sentir culpable, aquello que te causa inseguridad, como el trabajo, la relación con tus hijos, tus padres, tu pareja, los amigos. Revisa quiénes de estas personas te hacen sentir culpable, quién te remueve los miedos y quítales ese poder. Decide, a partir de ese instante, llevar las riendas de tu vida.

Haz lo que puedas, de la mejor manera. Existe un límite para todo, llega hasta donde humanamente puedas para resolver esa situación difícil, pero si en algún momento hacerlo comienza a perjudicar tu equilibrio emocional, detente y acepta tus limitaciones, porque a veces no podemos solucionar todos las situaciones. Esperar la perfección de un mismo o de una situación puede complicarlo todo, especialmente cuando involucra la voluntad y la participación de otras personas.

Levanta tu estima. Las personas que se sienten culpables, usualmente tienen actitud de perdedoras, porque evitan el éxito y la felicidad al creer que no lo merecen. Para terminar con esta situación aprende a reconocer tus aciertos y acepta que tu felicidad y éxito personal, no son la causa de que otros fracasen. Vive la vida a plenitud, reconociendo tus errores, dispuesto a corregirlos y a aprender de ellos. ¡Te mereces otra oportunidad!

domingo, 7 de mayo de 2006

El árbol de la vida

“También el Rey de los leones envejece. Había sido el más fiero y poderoso de la selva, pero estaba viejo y casi ciego. A pesar de todo, iba caminando con gran dignidad al frente de su manada de 500 leones. Claro que, como apenas veía, al pasar junto a un pozo cayó en él. Los leones siguieron su marcha. ¿Para qué querían un rey viejo, enfermo y casi ciego? Lo Abandonaron a su triste suerte.

Pero un joven león lo había visto caer en el pozo, y pensó: si durante tantos años he podido vivir a mis anchas, él me alimentó, me protegió y me enseñó a cazar, él me ha favorecido durante muchos años, así que yo debo ahora hacer algo por él”. El león llego hasta el pozo, y comprobó que el Rey no podía salir, porque el caudal estaba bajo. Sacando fuerzas, logró desviar un canal hasta el pozo y, al subir el nivel de éste, el león pudo salir a flote y salvar su vida. No sabemos si el joven león y el Rey siguieron juntos... pero nos gustaría creer que sí”.


Todos llegamos al mundo a través de una familia que nos da la vida, el amor y el cuidado que necesitamos. Sin embargo, cada día hay más personas adultas que no logran sentirse a gusto con la familia. Las relaciones, a menudo, se tornan difíciles, llenas de resentimiento, rencor, envidia, competencia y falta de respeto a la elección de cada uno, especialmente en la etapa adulta. Poner en orden el amor, hace que podamos reconciliarnos con nuestras raíces, y rescatar para nosotros y para nuestros hijos los valores y las tradiciones que alimentaron nuestro árbol de la vida y que nos acompañaron cuando fuimos niños, y que simbolizaron el amor, la educación y la protección que recibimos de nuestros familiares.

Cuando hemos sufrido el distanciamiento o la separación de nuestros familiares, quizás se deba a ciertos eventos difíciles que vivimos junto a ellos, y al no saber cómo solucionarnos optamos por la separación para calmar o desaparecer el dolor. Nos parece que de esta manera podemos dejar encerrados en una especie de cuarto oscuro del subconsciente, aquellos recuerdos negativos que nos afectaron y que nos marcaron en la mayoría de los casos, cambiando nuestra manera de ser o de relacionarnos con los demás. Lo cierto es que todavía siguen ahí, esperando la oportunidad de salir a través de alguna de tus reacciones, en el momento en que alguna situación se asemeje a otra del pasado, y estimule los sentimientos que tienes guardados. Por eso es muy importante hacer una especie de limpieza de viejos recuerdos haciendo uso del perdón, eligiendo el momento en el que estemos más fortalecidos, de manera que vayamos al reencuentro de ellos para enfrentarlos sin temor, y así vaciar ese contenedor, de manera que podamos volverlo a llenar con nuevos y positivos sentimientos y experiencias.

Reconciliarte y aceptar a tu familia es importante para sentirte bien contigo mismo y con los demás. Esto no quiere decir que debas insistir en mantener una relación ideal con ellos, sobre todo si no están dispuestos a hacerlo, lo importante será aceptarlos como son, y tener encuentros de vez en cuando, donde el amor, la aceptación, el respeto y los límites nos permitan compartir e intercambiar el cariño, sin vernos afectados por las diferencias personales.

Poder vivir la relación con nuestros padres, a través de la gratitud y el reconocimiento de todo lo bueno que nos dieron, hará que brote el amor incondicional que sane y fortalezca el vínculo que nos une.

Claves para buscar la reconciliación

Acepta a los demás tal y como son. Esto significa reconocer y aceptar las limitaciones y los valores de tus familiares con empatía y tolerancia. Si te resulta muy difícil aceptar a alguno en particular, piensa en cuatro cosas positivas que recuerdes de esa persona en el pasado. Recordar algún aspecto positivo te permitirá verlo de otra manera.

Trabaja en el perdón. En algunos casos no vale la pena recriminar a los padres por los errores que cometieron, más bien perdonarlos y pensar que trataron de darnos lo mejor de lo que tenían, y comprendiendo cuál fue su vida y qué recibieron, podemos conectarnos al amor, para sanar el pasado y borrar cualquier resentimiento para iniciar una nueva relación con ellos.

Asume la responsabilidad de tu felicidad. Deja de buscar culpables o responsables de tu infelicidad, deja de esperar a que te reconozcan y celebren junto a ti tu éxito personal. Busca tu felicidad, experimentando la seguridad y el placer que produce vivir tu independencia emocional, cuando la tengas, compártela con ellos sin temor a perderla o a que te la quiten.

Sé positivo. Mantén siempre una actitud positiva, minimizando lo negativo y exaltando lo bueno. No te dejes enganchar por cualquiera de sus actitudes, comentarios o actuación negativa, recuerda que ya no son determinantes para ti, pues tú has adquirido madurez e independencia emocional y ahora estás en posición de dar y no de pedir.